18 ago 2008

Que pena

Me preparo para volar. Hoy el cielo me envía su invitación y, como un ave, acepto. Maravillado encuentro cada nube un sahumerio. Los aromas me inundan con recuerdo de algún pasado que ya viví.
A medianoche regreso. Mis pies tocan la tierra y me devuelven la humanidad. Que pena.
Voy caminando lentamente, la espalda arqueada como protegiendo al corazón. Entre calle y calle los murmullos de los autos me dicen “Esta es tu realidad”. Que pena.
Otro universo me espera, pienso, pero a la vuelta de la esquina sólo quedan mis sueños, anudados de tanto dormir. Mis zapatos ya pesan, los descarto.
Avanzo por la ciudad sin que me abrume esa grandeza que no logro encontrar. Entre farola y farola también se oscurece mi interior y la paz. Violencia y muerte ocupan mi lugar. El abrigo me pesa, lo debo dejar.
Maderas crujen bajo mis pies descalzos, lastimados de andar. Los muelles, heridas en el oleaje, se presentan a una luna teñida de metal. La brisa golpea, casi huracán. Mis pantalones pesan pero con el viento huyen al mar.
El repiqueteo de la lluvia ahuyenta a la gente. Los lleva a cada uno a su hogar y yo otra vez solo y desnudo como al principio. Me caigo ante la humillante desesperación de que sólo me recuerden aquellos que, en esta fría noche, no se salvan de temblar.
Y la cruz en mi espalda pesa.
Nunca me la podré quitar.